viernes, febrero 28, 2014

AQUELLAS NOCHES EN QUE LLORABAN LOS VIOLINES

Lo nuestro no era disfrazarnos.
De día, empezábamos temprano con el agua. Víctimas, las chicas de nuestra edad, primero, las más grandes hacia el mediodía, las mayores al caer la tarde y los adultos que venían a reforzar el ataque.
La violencia de género era agua, insultos de los de entonces, alguna puteada y la policía que llegaba a restablecer el orden cuando ya Roma había caído en manos de los bárbaros.
Por la noche, murgas y alguna excursión al corso, donde de nuevo el agua, los disfrazados, una esmirriada reina de barrio en su carroza armada con el carro del tío vasco lechero.
De los disfrazados, me acuerdo del Bocha que aprovechaba para vestirse de mujer, de mina sexy –diríamos más tarde-. Y qué linda era el Bocha, que cuando creció fue bancario y padre de tres hijos.
Pero de quien más me acuerdo es de Carmencita, vestida de novia del rey momo, corona de rosas y falda leve, prometiendo que seríamos novios apenas llegara el miércoles de ceniza.

A lo mejor porque el carnaval es una cámara de interrogatorios como las de la policía, con nosotros reinventándonos y un suicida al otro lado del espejo, mirándonos reír, es que prefiero que pasen rápido y si es posible inadvertidos estos “cuatro días locos”, como decía la vieja canción.