sábado, enero 19, 2013

DESIERTOS


Antes, cuando vivíamos incomunicados, cuando Antonioni filmaba “El desierto rojo”, la llegada de una carta o el llamado de un amigo eran motivo de expectativa y regocijo.
Después aparecieron los medios cibernéticos. Con el mail se simplificaba el tema, no había que ir al correo ni cambiar dinero por sellos postales.
Pero la tecnología, infatigablemente tumoral, sumó artefactos cada vez más sofisticados, pequeños, “robables” y a menudo artificialmente incompatibles con los anteriores. Todo se complicó. Ya no es lo mismo abrir el facebook con tu compu que acceder a él desde tu smartphone y subsiguientes. Lo que antes era expectativa y regocijo devino en rutina y hartazgo. El amigo lejano ya cansa con sus posts y sus pedidos de charlar un rato por skype. ¿Qué va a decirnos de nuevo, qué tenemos para contarle que no sea el habitual hastío, por qué no me llamás más tarde o preferiblemente nunca sin avisarme?
Hoy “El desierto rojo” es más que nunca antes un film aburrido, lento, incomprensible.
Ni por Mónica Vitti vale el esfuerzo de volver a verla.

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