sábado, agosto 25, 2012

FOTOS DE FAMILIA


Familias endogámicas, sectas de un único apellido multiplicado en sombras, en recuerdos y en promesas.
Familias en las que el amor se desdice con cada historia y estalla en el amordazado alarido del nonato, en la frustración indecible de la princesa que se perdió en la noche.
Hay fotos de esas familias alrededor de una mesa, en el cáliz de un abrazo, en las carcajadas sin ecos de alguna fiesta de bodas o de cumpleaños.
Cuánto se ha escrito sobre esas familias, cuánto se dirá nunca sobre los tallos que arrancaron el pudor y la infamia, qué turbio modo de abominar y de reivindicar las complicidades de la sangre, la traición final de todo olvido.

domingo, agosto 12, 2012

ES HORA DE QUE LEAS A GIUFFRÉ


Hay libros que uno abre como a una suerte de arcón cuyo contenido ignora pero que despierta tu curiosidad, aunque sepas que no atañe a nada contemporáneo que de algún modo pueda rozarte. Y a lo mejor ahí empieza el malentendido, en creer que no es contemporánea una historia que transcurre hace dos siglos, en la Buenos Aires aldeana de comienzos del siglo 19, puerto de un río barroso y de navegación imposible, capital de un virreinato que ensayaba clandestinamente sus primeras muecas de independencia.
A poco de empezar a leer esta novela, empezás a percibir que su trama y sus personajes no son arcaicos, que nada de lo que se cuenta allí ha envejecido, que su anécdota está en las antípodas de cualquier grandilocuencia historicista.
Tampoco aspira “El peso de la verdad”, de Mercedes Giuffré, a explicar la actualidad contando anécdotas del pasado. No es una fábula moral ni un artilugio para demostrarte que lo que hoy te sirven en bandeja es comida recalentada cuya cocción original cumplió hace poco doscientos años.
Lo bueno de una novela es que no pretenda ser más ni menos que eso, una novela. Y Giuffré lo logra con los recursos de una notable novelista: sencillez de estilo –en tiempos en que algunos compiten con Faulkner y lo declaran a la prensa- para contar las peripecias de un médico británico, Samuel Redhead, afincado en la aldea porteña desde poco antes del año en que transcurre la acción -1806-.
Redhead comparte con la medicina el ejercicio de una vocación detectivesca que lo emparenta con Holmes. Asistido por su ayudante Juanito, un Watson adolescente y criollo, se embarca en el esclarecimiento de una muerte dudosa.
El trabajo previo de Giuffré para darle a su historia un marco de verosimilitud temporal ha sido arduo, minucioso, un registro de costumbres, modas, paisaje y hasta fragancias y olores, en una aldea de ultramar que ya entonces despuntaba su ambición de erigirse en ombligo de esta parte del mundo.
Esa ambientación toma un rol tan protagónico como el de la propia historia, define los caracteres y anticipa con toques de una prosa sutil, delicada, los pasos de los personajes, los diálogos y silencios.
La pequeña ciudad al sur del continente está a punto de ser invadida por una escuadra de soldados ingleses, al mando del general William Beresford. Los juegos de poder en la vieja Europa han tomado a esta región del mundo como a otro tablero del ajedrez imperial.
Un inesperado visitante llega a Buenos Aires desde lejos y desde el pasado, abriendo un surco de zozobra en la vida apacible de una familia porteña. La temprana y sospechosa muerte del forastero inaugura la búsqueda, por parte de Redhead, de una verdad cuyo peso contamina la rutina y entreabre las puertas a una intriga que, como en toda buena novela policial, sostiene el interés del lector hasta la última página.
Armada sobre un crescendo dramático sin sobresaltos efectistas, la novela de Giuffré nos impregna página a página con las sensaciones, los climas cambiantes y el suspenso en su justo equilibrio, internándonos casi sin que se note en una vidas al borde de definiciones cruciales y en una circunstancia histórica que, en las páginas finales de la novela, abre las ventanas a un sólido, atrapante desenlace. 
Las vísperas, la invasión, el establecimiento de las fuerzas de ocupación británicas y su derrota a manos de improvisadas fuerzas patriotas son la “música de fondo” en el entrecruzamiento de historias personales que parecieran desarrollarse lejos de los hechos políticos y militares, pero que en los capítulos finales se instala en el primer plano de la novela con toda su trágica potencia.
Giuffré maneja una trama compleja, generosa en personajes. Sin abandonar a nadie a su suerte, se hace cargo de todos los destinos.
Claro que sin la omnipotencia de los dioses sino con firmeza y talento de narradora.

"El peso de la verdad", Edebé, 380 páginas
Con "Deuda de sangre" y "El carro de la muerte", 
conforma una trilogía protagonizada por Samuel Redhead

miércoles, agosto 01, 2012

PURO CUENTO - "La otra piedad", premio Juan Rulfo


Asistimos hoy a cierta moda –o epidemia literaria- que consiste en “forzar los márgenes” de la herramienta básica de nuestro oficio: la palabra. Como quien al encarar la construcción o reparación de una máquina con una sofisticada herramienta, la emprende a golpes contra la estructura, la pulveriza para luego intentar, con los restos, un armado y una función diferente.
Riesgoso oficio, el literario, que al no poner en juego otra cosa que la sobrevivencia estética de una disciplina tan propensa a los maltratos, sigue dando batallas aún en el campo de una presunta derrota frente a otros medios de expresión artística. Los resultados de la moda o epidemia están a la vista y paciencia de los lectores que se les atreven a los respectivos engendros, de los que a veces caen en la trampa de la glorificación o en el espasmo dialéctico de una muy inducida benevolencia con la mediocridad.
Pero si la novela es campo fértil para tanto “agroquímico” literario, el cuento mantiene aún la leyenda de su fortaleza estructural, de su resistencia a los embates de cualquier pretenciosa renovación.
Esta larga introducción tiene su por qué. Si algo no puede decirse de los cuentos de Laura Massolo es que rompan reglas, que renueven la estructura, que hagan temblar el saber que damos por aceptado desde siempre: un planteo vigoroso, la crispación del orden subjetivo de los personajes, un final elocuente o inesperado.
Si existe un horror fecundo y abrigamos aún la sospecha de que el infierno nos acompaña desde que nos susurraron la primera promesa del paraíso, Massolo devela la intimidad de ese secreto bien guardado. Lo hace con su escritura, con una prosa que no se conforma con herir la carne y llegar al hueso, con una progresión de recursos expresivos infrecuentes, sólidos, contundentes. Nos habla del horror con rabia profunda que no desdeña la belleza ni se enmascara en ella, que tampoco le da al lector la excusa de haber sido tomado por sorpresa. No hay lectura ingenua de la prosa de Massolo, no es posible refugiarse en las pausas de la escritura ni cerrar el libro como a una caja de Pandora que nos ha permitido espiar en su interior y tan campantes.
Si la moda o epidemia a la que me refería más arriba declama su vocación transgresora, Massolo desembarca en nuestra vigilia sin alardes, despliega herramientas tradicionales, esas palabras tan a menudo bastardeadas, tan vulnerables y vulneradas, y construye su bunker, su pozo de zorro, su trinchera, combina oraciones y puntúa con la precisión de quien sabe que es ésa su única oportunidad, la última chance.
Su relato “La otra piedad” arranca entonces, como “La divina Providencia” o “Y se harán cruces”, como cartas, inducen a entrar en ellas con la experiencia de otras epístolas, con la confianza del que pisa terreno conocido. Sin embargo, en pocas líneas la autora da por tierra con nuestra jactanciosa seguridad, destroza la brújula, corta el hilo de Ariadna, nos pone cara a cara con el Minotauro.
Sabíamos del horror, alguien nos había contado de la desventura tal vez mucho antes de que se cruzara en nuestras vidas. Pero hubo que toparse con un texto del vigor y la contundencia de estas cartas para empezar a aceptar que el camino es de ida, que las claves no acabarán por revelar sino aquello que temíamos conocer.
Y lo mismo, aunque en otro registro y como un desvío irónico, provocador, lúdico, sucede con cuentos de la estatura de “Upa de nadie”, “La escalerita” o “El día del conejito”, donde el dolor se transmuta en páginas de serena desesperación.
Afirmar que la Argentina tiene una rica tradición cuentística es casi un lugar común. Al incorporarse por derecho y talento propio a esa tradición, Massolo confirma que sí se puede escribir en los márgenes del mundo, en la trastienda de las madrugadas, transitar una literatura construida con la única materia prima que ninguna tecnología, ningún cataclismo, ninguna falsa vanguardia podrá destruir ni arrebatarnos: la palabra.

"LA OTRA PIEDAD". 
Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2005