martes, agosto 28, 2012
sábado, agosto 25, 2012
FOTOS DE FAMILIA
Familias endogámicas, sectas
de un único apellido multiplicado en sombras, en recuerdos y en promesas.
Familias en las que el amor
se desdice con cada historia y estalla en el amordazado alarido del nonato, en
la frustración indecible de la princesa que se perdió en la noche.
Hay fotos de esas familias
alrededor de una mesa, en el cáliz de un abrazo, en las carcajadas sin ecos de
alguna fiesta de bodas o de cumpleaños.
Cuánto se ha escrito sobre
esas familias, cuánto se dirá nunca sobre los tallos que arrancaron el pudor y
la infamia, qué turbio modo de abominar y de reivindicar las complicidades de
la sangre, la traición final de todo olvido.
domingo, agosto 12, 2012
ES HORA DE QUE LEAS A GIUFFRÉ
Hay
libros que uno abre como a una suerte de arcón cuyo contenido ignora pero que
despierta tu curiosidad, aunque sepas que no atañe a nada contemporáneo que de
algún modo pueda rozarte. Y a lo mejor ahí empieza el malentendido, en creer
que no es contemporánea una historia que transcurre hace dos siglos, en la Buenos Aires aldeana
de comienzos del siglo 19, puerto de un río barroso y de navegación imposible,
capital de un virreinato que ensayaba clandestinamente sus primeras muecas de
independencia.
A
poco de empezar a leer esta novela, empezás a percibir que su trama y sus
personajes no son arcaicos, que nada de lo que se cuenta allí ha envejecido,
que su anécdota está en las antípodas de cualquier grandilocuencia
historicista.
Tampoco
aspira “El peso de la verdad”, de Mercedes Giuffré, a explicar la actualidad
contando anécdotas del pasado. No es una fábula moral ni un artilugio para
demostrarte que lo que hoy te sirven en bandeja es comida recalentada cuya
cocción original cumplió hace poco doscientos años.
Lo
bueno de una novela es que no pretenda ser más ni menos que eso, una novela. Y
Giuffré lo logra con los recursos de una notable novelista: sencillez de estilo
–en tiempos en que algunos compiten con Faulkner y lo declaran a la prensa-
para contar las peripecias de un médico británico, Samuel Redhead, afincado en
la aldea porteña desde poco antes del año en que transcurre la acción -1806-.
Redhead
comparte con la medicina el ejercicio de una vocación detectivesca que lo
emparenta con Holmes. Asistido por su ayudante Juanito, un Watson adolescente y
criollo, se embarca en el esclarecimiento de una muerte dudosa.
El
trabajo previo de Giuffré para darle a su historia un marco de verosimilitud
temporal ha sido arduo, minucioso, un registro de costumbres, modas, paisaje y
hasta fragancias y olores, en una aldea de ultramar que ya entonces despuntaba
su ambición de erigirse en ombligo de esta parte del mundo.
Esa
ambientación toma un rol tan protagónico como el de la propia historia, define
los caracteres y anticipa con toques de una prosa sutil, delicada, los pasos de
los personajes, los diálogos y silencios.
La
pequeña ciudad al sur del continente está a punto de ser invadida por una
escuadra de soldados ingleses, al mando del general William Beresford. Los
juegos de poder en la vieja Europa han tomado a esta región del mundo como a otro
tablero del ajedrez imperial.
Un
inesperado visitante llega a Buenos Aires desde lejos y desde el pasado,
abriendo un surco de zozobra en la vida apacible de una familia porteña. La
temprana y sospechosa muerte del forastero inaugura la búsqueda, por parte de
Redhead, de una verdad cuyo peso contamina la rutina y entreabre las puertas a
una intriga que, como en toda buena novela policial, sostiene el interés del
lector hasta la última página.
Armada
sobre un crescendo dramático sin sobresaltos efectistas, la novela de Giuffré
nos impregna página a página con las sensaciones, los climas cambiantes y el
suspenso en su justo equilibrio, internándonos casi sin que se note en una vidas
al borde de definiciones cruciales y en una circunstancia histórica que, en las
páginas finales de la novela, abre las ventanas a un sólido, atrapante
desenlace.
Las
vísperas, la invasión, el establecimiento de las fuerzas de ocupación
británicas y su derrota a manos de improvisadas fuerzas patriotas son la
“música de fondo” en el entrecruzamiento de historias personales que parecieran
desarrollarse lejos de los hechos políticos y militares, pero que en los
capítulos finales se instala en el primer plano de la novela con toda su trágica
potencia.
Giuffré
maneja una trama compleja, generosa en personajes. Sin abandonar a nadie a su
suerte, se hace cargo de todos los destinos.
Claro
que sin la omnipotencia de los dioses sino con firmeza y talento de narradora.
"El peso de la verdad", Edebé, 380 páginas
Con "Deuda de sangre" y "El carro de la muerte",
conforma una trilogía protagonizada por Samuel Redhead
miércoles, agosto 01, 2012
PURO CUENTO - "La otra piedad", premio Juan Rulfo
Asistimos
hoy a cierta moda –o epidemia literaria- que consiste en “forzar los márgenes”
de la herramienta básica de nuestro oficio: la palabra. Como quien al encarar
la construcción o reparación de una máquina con una sofisticada herramienta, la
emprende a golpes contra la estructura, la pulveriza para luego intentar, con
los restos, un armado y una función diferente.
Riesgoso
oficio, el literario, que al no poner en juego otra cosa que la sobrevivencia
estética de una disciplina tan propensa a los maltratos, sigue dando batallas
aún en el campo de una presunta derrota frente a otros medios de expresión
artística. Los resultados de la moda o epidemia están a la vista y paciencia de
los lectores que se les atreven a los respectivos engendros, de los que a veces
caen en la trampa de la glorificación o en el espasmo dialéctico de una muy
inducida benevolencia con la mediocridad.
Pero
si la novela es campo fértil para tanto “agroquímico” literario, el cuento
mantiene aún la leyenda de su fortaleza estructural, de su resistencia a los
embates de cualquier pretenciosa renovación.
Esta
larga introducción tiene su por qué. Si algo no puede decirse de los cuentos de
Laura Massolo es que rompan reglas, que renueven la estructura, que hagan
temblar el saber que damos por aceptado desde siempre: un planteo vigoroso, la
crispación del orden subjetivo de los personajes, un final elocuente o inesperado.
Si
existe un horror fecundo y abrigamos aún la sospecha de que el infierno nos
acompaña desde que nos susurraron la primera promesa del paraíso, Massolo
devela la intimidad de ese secreto bien guardado. Lo hace con su escritura, con
una prosa que no se conforma con herir la carne y llegar al hueso, con una progresión
de recursos expresivos infrecuentes, sólidos, contundentes. Nos habla del
horror con rabia profunda que no desdeña la belleza ni se enmascara en ella,
que tampoco le da al lector la excusa de haber sido tomado por sorpresa. No hay
lectura ingenua de la prosa de Massolo, no es posible refugiarse en las pausas
de la escritura ni cerrar el libro como a una caja de Pandora que nos ha
permitido espiar en su interior y tan campantes.
Si
la moda o epidemia a la que me refería más arriba declama su vocación
transgresora, Massolo desembarca en nuestra vigilia sin alardes, despliega
herramientas tradicionales, esas palabras tan a menudo bastardeadas, tan
vulnerables y vulneradas, y construye su bunker, su pozo de zorro, su
trinchera, combina oraciones y puntúa con la precisión de quien sabe que es ésa
su única oportunidad, la última chance.
Su
relato “La otra piedad” arranca entonces, como “La divina Providencia” o “Y se
harán cruces”, como cartas, inducen a entrar en ellas con la experiencia de
otras epístolas, con la confianza del que pisa terreno conocido. Sin embargo,
en pocas líneas la autora da por tierra con nuestra jactanciosa seguridad,
destroza la brújula, corta el hilo de Ariadna, nos pone cara a cara con el
Minotauro.
Sabíamos
del horror, alguien nos había contado de la desventura tal vez mucho antes de
que se cruzara en nuestras vidas. Pero hubo que toparse con un texto del vigor
y la contundencia de estas cartas para empezar a aceptar que el camino es de
ida, que las claves no acabarán por revelar sino aquello que temíamos conocer.
Y lo
mismo, aunque en otro registro y como un desvío irónico, provocador, lúdico,
sucede con cuentos de la estatura de “Upa de nadie”, “La escalerita” o “El día
del conejito”, donde el dolor se transmuta en páginas de serena desesperación.
Afirmar
que la Argentina
tiene una rica tradición cuentística es casi un lugar común. Al incorporarse
por derecho y talento propio a esa tradición, Massolo confirma que sí se puede
escribir en los márgenes del mundo, en la trastienda de las madrugadas,
transitar una literatura construida con la única materia prima que ninguna
tecnología, ningún cataclismo, ninguna falsa vanguardia podrá destruir ni
arrebatarnos: la palabra.
"LA OTRA PIEDAD".
Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2005
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