viernes, julio 01, 2011

PERÓN: A 37 AÑOS DE SU MUERTE


El 20 de junio de 1973, el general Perón regresaba definitivamente a la Argentina. Éramos millones, peronistas y no peronistas, marchando por la Autopista al aeropuerto internacional de Ezeiza. Habían armado un palco sobre el Puente 12, desde donde el “primer trabajador” le hablaría al pueblo argentino. Tras 18 años de exilio –luego de haber sido derrocado y sus partidarios perseguidos y hasta fusilados-, “el General” volvía como prenda de paz de los argentinos. Su partido, el justicialista, había ganado las elecciones apenas tres meses antes y su “delegado personal”, el odontólogo Cámpora, presidía la nación, con activa participación de la militancia revolucionaria peronista.
Menos de un mes antes, en la misma noche de la asunción de Cámpora al gobierno, se habían abierto las puertas de la cárcel de Devoto. Presos políticos de la dictadura de Lanusse se beneficiaron con aquella fulminante amnistía. Pero salieron todos, incluidos aquellos que, ya en libertad, se abocarían a la siniestra tarea de asesinar militantes populares.
El 20 de junio de 1973 fue un auténtico día peronista. Brillaba el sol, la mañana era fresca y luminosa, centenares de miles marchamos hacia el Puente 12 para vitorear al mito, al fundador de un movimiento que había cambiado la historia, a favor de millones de trabajadores.
Yo no era ni soy peronista –circunstancia que lamento casi como la de no ser de Boca Juniors, lo que me ha impedido participar en muchas fiestas populares. Pero no quise perderme aquélla. Que volviera Perón era, para los de mi generación, un acontecimiento que excedía lo político, un fenómeno casi sobrenatural. No creo que el descenso de un plato volador y un eventual contacto del tercer tipo genere, si se produce, aquella expectativa y aquel desborde emocional de todo un pueblo.
Pero nunca llegué al Puente 12. Y tuve suerte. Muchos de los que habían pasado la noche en vigilia –cantando, haciendo el amor, vitoreando a sus parcialidades políticas, de fiesta- fueron asesinados a balazos por francotiradores emboscados en los árboles y en el Puente. La trampa –planificada por lo que aquí llamamos “los servicios” y por la derecha peronista- pretendió limpiar la zona de zurdos, demostrarle al General que el peronismo no había sido copado por los marxistas, que ellos lo cuidarían porque ellos eran el poder.
Perón no llegó ese día a Ezeiza. Su avión –un charter en el que viajaban intelectuales, periodistas y figurones de la farándula política y del espectáculo- aterrizó en la base militar de Morón, a pocos kilómetros de allí.
Recuerdo el regreso de aquella caminata. Éramos miles y miles los que volvíamos sin saber muy bien aún qué había sucedido en el Puente 12, por qué Perón no había ido a saludarnos. Ambulancias y autos policiales iban y venían, las versiones sobre un tiroteo “allá en el puente” eran confusas y contradictorias. Se acusaba a “los Montoneros y el ERP” de haber desencadenado la balacera.
No era cierto. Sin embargo al día siguiente de la matanza, el mito viviente, “el General”, nos contó por cadena nacional su versión de la historia que él no había vivido, lo que le habían contado sus esbirros y chupaculos, los fascistas que fueron siempre su guardia personal e ideológica, más allá de los coqueteos de Perón con una izquierda revolucionaria a la que usó para reconquistar el poder y de la que un año más tarde se desembarazaría definitivamente, expulsándolos de Plaza de Mayo, en un discurso macartista que pronunció desde el balcón de la Casa Rosada, protegido por un cristal blindado.
Pero hoy vuelvo a Ezeiza, a aquella marcha multitudinaria y feliz, al día peronista que acabó en tormenta y castigo a los que, como tantas veces en la historia de los pueblos, creímos que un tiempo mejor, menos injusto, era posible.

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