miércoles, mayo 18, 2011

FESTIVAL AZABACHE: UNA HAZAÑA DE LA VOLUNTAD Y DEL TALENTO


Fui a Mar del Plata. No de vacaciones, sino como invitado al Festival Azabache. Cuento lo que encontré, no un detalle de lo que allí se vio, que puede leerse en las diversas crónicas publicadas en los medios.
El clima ayudó a que la gente se acercara. Algunos –pocos- disertantes conspiraron contra el entusiasmo popular, con charlas académicas y debates que cerraron el círculo entre los protagonistas de las mesas, sin abrirlo al interés y la participación del público. Otros, más histriónicos y desprejuiciados, justificaron la asistencia, siempre numerosa, y alimentaron el entusiasmo por que esta experiencia se repita.
Descubrí en el Azabache a dos comprovincianos –soy porteño pero vivo desde hace muuuuuuuucho en Córdoba: Lucio Yudicello y Fernando López, dos autores impresionantes, multipremiados y, hay que decirlo, multi ignorados por la prensa de Buenos Aires. Búsquenlos en el google, para interiorizarse de sus trayectorias y, si los encuentran, compren sus libros: valdrá la pena la mínima inversión y el agradable esfuerzo de acercarse a dos talentos con muchos kilómetros de inspiración y trabajo recorridos.
Conocí, aunque de rebote, a Claudia Piñeiro, tan envidiada porque “vende demasiado” –de quien he leído con placer “Las viudas de los jueves” y “Elena sabe”. No hace falta que yo la recomiende para que siga vendiendo.
De Fritz Glockner y de Carlos Balmaceda no voy a hablar porque son amigos. Aunque los traicionaría si no dijera que Glockner se va convirtiendo en un gigante de la literatura de combate, comprometida y pasional, que mete las narices y todo el cuerpo en un México atravesado por las luchas entre el poder mafioso y el institucional -¿son bandos opuestos?-, y la infamia de la impunidad. También me traicionaría si no dijera que Carlos Balmaceda, marplatense y corresponsable del Azabache –junto a los entrañables y talentosos Javier Chiabrando y Fernando del Río-, es uno de los máximos exponentes actuales de lo que por comodidad llamamos género negro en Argentina, y lo demostró una vez más la versión cinematográfica –en pre estreno para el Festival- de su “Plegaria del vidente”, en una tarde del mejor cine negro que incluyó a la impactante “Cementerio de papel”, basada en el demoledor libro de Glockner sobre la represión clandestina, la “guerra sucia” en México.
Leo Oyola brilló en los paneles y regresó emocionado de una incursión entre alumnos de escuela programada por el Festival, en los que descubrió una avidez cultural entre el piberío que los escritores a menudo subestimamos. Leo y su talentosísima compañera, Alejandra Zina, conforman hoy una dupla imbatible, ya que siendo pareja no compiten sino que se complementan, tanto en la tarea literaria estricta como en la escritura de guiones por encargo pero redactados con talento y profesionalismo.
Y qué decir de los entrañables Gabriela Cabezón Cámara y Javier Sinay, periodistas metidos hasta las narices en la investigación de una sociedad compleja y contradictoria. Con “La virgen Cabeza”, la también novelista Gaby rompe moldes y reconvierte el lenguaje, para escribir desde -y no “sobre”- la marginalidad y el amor cueste lo que cueste. Lo mismo que hace Javier, quien con un estilo incisivo y desprejuiciado despanzurra la hipocresía y la impunidad que fraguan los estamentos del poder.
Conocí también al uruguayo Hugo Burel, el de “El corredor nocturno”, un tipazo, que gracias al cine ha visto crecer la trascendencia de una obra importante, vigorosa y sutil, a la que habrá que estar atentos para no perdernos lo mejor de eso que por aquí llamamos “literatura rioplatense”.
Conocí, aunque poco, a Guillermo Martínez y a Pablo De Santis, a quienes el reconocimiento del que gozan les hace justicia y que cautivaron a sus auditorios con erudición y sensibilidad. Gustavo Nielsen me convenció de que se puede ser escritor sin abandonar, en su caso, la arquitectura, disciplina en la que parece ser tan dotado como para la literatura. Gustavo me reveló que él y su socio son los responsables de haber diseñado un lugar muy bello del que los turistas disfrutan en Santa Rosa, ciudad cercana a mi casa en el valle cordobés de Calamuchita. Sorpresas que te dan los festivales.
Se me quedan nombres en el tintero cibernético porque tampoco pude estar en todos los paneles y actividades –no soy Dios, papel que le reservo a Maradona-.
Algún nombre, sin embargo, lo borro adrede, para no incomodar. Y lo hago porque me desagradan el amiguismo y la soberbia, el desenfado con el que se relativiza, cuando no se los ignora, a los escritores que no forman parte del elenco oficial. Decir –como dijo cierto personaje de sonrisa protésica y con poder mediático, que circuló por el festival rodeado de chupahuevos- que los grandes escritores a veces han descendido ocasionalmente de su parnaso al género negro, opacando a los laburantes de la pluma ensangrentada, citar exacerbadamente a Patricia Highsmith, a P.D. James, a Borges, a Dostoievsky, a Shakespeare, para ignorar también exacerbadamente a los escritores locales que a un lado y otro del Atlántico son los responsables de la vigencia actual de la novela negra, tanto en Europa como en la América latina, sólo se explica cuando se ejercen el desprecio y la ignorancia desde una posición de poder prestado por sus verdaderos amos.
El juego de no nombrarte para que no existas demostró, en temas más dramáticos que la literatura, que la mentira tiene patas cortas y los días contados: los muertos que vos matáis seguimos escribiendo.
El Festival Azabache fue un éxito. Sus organizadores se ganaron el reconocimiento y merecen todo el apoyo para empezar a trabajar ya en una segunda edición. Que esto suceda en un país donde la cultura suele estar en manos de personajes infatuados y de círculos cerrados por la mediocridad, es ya una hazaña de la voluntad y del talento. 

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