sábado, febrero 12, 2011

VERSALLES

Vas en tu auto nuevo, música al mango, seguís el ritmo con golpeteos en el volante, pensás en ella aunque aún no la conozcas. La viste por Internet. Pero una cámara web es un espejo sesgado, un ojo espía que miente aunque, aún así, qué bella.

Rubia, pelo largo y suavemente ondulado, cubriéndole la mitad del rostro, ojos de miel, labios húmedos, brillantes de carmín, un cuerpo que accedió a mostrarte y entreviste como a un espectro revelado por un relámpago. Misteriosa y fugaz –dijiste, y ella rió.

Por fin, su casa, las luces encendidas en todas las habitaciones –que son muchas, parece Versalles, te dijo: no podés perderte.

Bajás del auto, temblando como un adolescente en su primera cita, cuarentón atolondrado. Llamás a la puerta y se abre sola, hay música adentro, los invitados ya están ahí, bebiendo y bailando, suponés, y entrás.

Te encuentran diez días después. El testimonio del agente inmobiliario es horripilante. Imagínense –dice el tipo a los cronistas que cubren el hallazgo: una casa antigua, abandonada hace años, y en el medio de la sala el hombre ahorcado y colgando de la araña, balanceándose, todavía, como si alguien lo estuviera meciendo y en su rostro una podrida, muy podrida mueca de felicidad.

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