domingo, enero 16, 2011

PUEBLOS CHICOS

Los pueblos chicos tienen eso: estamos tan cerca unos de otros que es imposible no vernos casi a diario. No por eso nos conocemos más que si viviéramos en una gran ciudad, pero nos conjeturamos, nos olfateamos, nos miramos de reojo y lo que no sabemos del otro lo inventamos y echamos a rodar. La historia, días después, regresa cambiada, como esas novelas escritas a varias manos que van enredando su trama y diversificando sus estilos de escritura hasta construir una madeja que ni un gato frente a un ovillo de lana podría complicar tanto.

La ventaja del pueblo chico por sobre la novela a varias manos es que acá la historia –o sus conjeturas- sigue. No importa si de a ratos muere un personaje: se lo vela y mientras tanto se aprovechan las horas muertas del muerto para enriquecer otras historias.

Sin leyendas ni épica alguna, pueblos como éste en el que vivo nacieron de una especulación inmobiliaria y fueron creciendo al azar de la obra pública que necesitaba mano de obra, del sueño imposible de habitantes de la ciudad que imaginan sus mezquinos paraísos.

Me informan que alguien acaba de morir.

No lo conozco pero llevaré consuelo a sus deudos avisándoles que la novela del finado todavía está por escribirse.

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