No sé los gringos, en Gringolandia, pero aquí seguro que sus lacayos, gerentes y garantes de sus propiedades no se levantan a la misma hora que la chusma laburante, los albañiles, los operarios industriales, las servidoras domésticas. Apenas despunta la claridad en verano, o en plena noche invernal, salen de sus barrios ignorados y temidos, de sus guaridas precarias, de sus denostadas villas "de emergencia", y se encolumnan a sus laburos cotidianos, bolsito al hombro, ropa sencilla, caras de sueños traspapelados.
Los ves -si te caés de la cama- haciendo ordenadas filas para tomar uno, dos y hasta tres bondis que por fin los depositen en sus destinos laborales, trepando a los trenes suburbanos, saludándose con gestos, manos, algún abrazo, como soldados de una guerra a la que no le temen.
Son miles en cada barrio del Gran Buenos Aires, millones en una superficie mezquina que concentra hoy a la tercera parte de la población de una Argentina raquítica, desierta, abandonada por sus fundadores y superexplotada por los aniquiladores de indios y de combatientes revolucionarios.
Son los sobrevivientes pero también los vivientes de mañana, tipos y tipas que pese a ser pobres se reúnen a celebrar su pobreza, distribuyen con generosa alegría la cultura de sus pueblos y provincias de origen, de las queridas -y tan temidas por la burguesía- naciones hermanas del continente.
Hoy enfrentan el desafío de seguir viviendo en esta Argentina tan presuntuosa y sectaria de los desteñidos, los hijos y nietos de inmigrantes "blancos" que en su momento fueron despreciados por los patricios.
Hoy acaba el año y hay que empezar a construir el futuro, derrotar al apocalipsis racista y xenófobo, empezar entre todos, o por lo menos entre muchos, a ser todos.
No sé si los gringos en Gringolandia se levantan temprano.
Aquí es hora de despertarnos.
Muy cierto, Guillermo. Siempre vale la pena leerte.
ResponderEliminarSaludos,
Alejandro.