miércoles, noviembre 11, 2009

¡NO ME LLAMES NUNCA MÁS!


Qué eterno amenazaba ser el castigo cuando, a los veinte o treinta, la voz en el teléfono que había sido tan dulce te decía con resonancias de gárgola: no me llames nunca más. Qué distinto sería ahora ese "nunca más", aunque la gárgola fuera otra y de la misma edad que la de entonces. Si ya no podés tomarte al amor en serio, mucho menos al abandono -que estalla a cada rato a tu lado como granadas de fragmentación-, ¿con qué cara aceptarías hoy la condena?
La misma cara, tal vez, que la de los criminales natos, la de los asesinos infatuados por la sangre ajena derramada que recogen el abucheo de la inocente sociedad como si retozaran por el jardín levantando flores.

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