jueves, octubre 29, 2009

DOS POLLOS


Lo persiguieron durante horas y por fin lo acorralaron en los techos de un vecindario pobre de los suburbios. Llegaron primero los patrulleros -él contó media docena, aunque probablemente fueran más. En minutos, apenas, el techo de alquitrán que pisaba vibró bajo los motores del helicóptero desde el que le intimaban rendición. Pudo ver, desde su refugio bajo el tanque de agua de la torre de departamentos, cómo los tiradores de la policía buscaban sus posiciones en los techos de los edificios cercanos.
Tiene que ser un malentendido -se dijo mil veces, maldiciendo su suerte. Sólo había robado comida de un supermercado, dos pollos frescos, una bolsa de papas fritas congeladas y una botella de cabernet. Apenas sonó la chicharra de alarma de la puerta de acceso al súper, empezó a correr. Si tuviera la oportunidad de ver los noticiosos o de leer los diarios, más tarde, se enteraría de que por ese mismo barrio buscaban "a un peligroso ladrón de bancos, fuertemente armado". Pero estos que lo acorralan no le darán la oportunidad de enterarse. No está mal, después de todo, morir como lo que nunca he sido -se dice. A veces, un buen consuelo es la mejor extramaunción. Mira el helicóptero, los tiradores, se asoma para ver los patrulleros abajo: no son menos de diez. Y curiosos, periodistas, gente del barrio.
Sale de su escondite con los dos pollos en alto y se deja balear.
Tampoco iban a arrestarlo como a Capone, por haber evadido impuestos.

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