martes, junio 16, 2009

NUESTRO GUERNICA

Cerca del mediodía, el presidente Juan Domingo Perón salió con cierto sigilo de su despacho en la Casa Rosada y se ubicó en el asiento trasero de un auto que arrancó, veloz, en dirección al sur. El viaje fue brevísimo. Perón entendió que el edificio Libertador, entonces Ministerio de Guerra, a sólo 150 metros, era un refugio adecuado para sortear el que al cabo sería el levantamiento golpista más cruento de la historia, a la vez que un intento de magnicidio carente de sutileza alguna, ya que para intentar matarlo se bombardearon desde el aire la Plaza de Mayo, la Casa Rosada, la avenida Paseo Colón, la Avenida de Mayo, el Congreso, la residencia presidencial (donde ahora está la Biblioteca Nacional) y todas las adyacencias. Las bombas y metrallas de la aviación naval causaron entre la población civil alrededor de 300 muertos y un millar de heridos. (Crónica del diario "La Nación", de Buenos Aires)

Hace hoy 54 años, aviones de la marina de guerra argentina bombardearon y ametrallaron la casa de gobierno y sus alrededores, o sea, la Plaza de Mayo, la misma que dos décadas más tarde fatigarían en busca de respuestas para su dolor las madres de desaparecidos, las heroicas Madres con mayúscula.
Se recuerda, y con justicia, el bombardeo nazi a Guernica. Los argentinos no tuvimos nuestro Picasso. Y la dictadura de entonces, que asaltó el poder tres meses más tarde autodenominándose "Revolución Libertadora", prohibió hasta mencionar el nombre del "tirano" que había sido elegido democráticamente en dos oportunidades.
Alrededor de trescientos ciudadanos, hombres, mujeres y niños, quedaron tendidos sobre las calles que la rodean y en la propia Plaza, la misma en la que, dicen, allá por 1810 se habrían reunido los vecinos de lo que entonces era una aldea del virreinato, para tratar de averiguar qué se tramaba en el Cabildo.
Aquel cruento bombardeo fracasó porque Perón sobrevivió y regresaría, dieciocho años más tarde, en brazos de su pueblo.
Los gobiernos que mal o bien defienden intereses populares pueden ser tumbados con campañas de desprestigio, acoso económico o, cuando todo parece no ser suficiente, a sangre y fuego. Eso hicieron los poderosos de entonces.
Aquel 16 de junio de 1955, Buenos Aires fue Guernica.

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