viernes, abril 03, 2009

"FUIMOS NOSOTROS"

Cuatro jugadores, cada uno muerto sobre sus cartas, sobre el último juego. Uno de los cuatro tenía el as, los otros tres esperaban a que se cumpliera la sentencia. El que tenía el as era el condenado: los killers entrarían sin llamar, cuatro disparos en la misma cabeza y todo el mundo a casa, fin de la jornada.
¿Qué falló?, se pregunta Masetti, inspector de homicidios, ¿por qué los cuatro?
Se acomoda el perramus sucio, a lo Columbo –le gusta parecerse a Columbo-.
Son colombianos –conjetura su ayudante, el teniente Galvé: a los colombias no les pida discriminar, inspector, llegan, matan y se van.
Ni colombianos, ni mexicanos, ni puta madre –dice, escupe el Columbo criollo: son de los nuestros, de la Federal.
Desde la otra esquina del garito, el forense confirma sus presunciones con un cabeceo y el típico alzarse de hombros, de nuevo ellos, parece admitir. Pero Masetti no es de los que duermen en la misma cama que sus asesinos.
Vamos a buscarlos –le dice a Galvé, que palidece: ¿Se volvió crazy, inspector?
Acepta seguirlo, es su subordinado y tampoco quiere quedarse sin trabajo, aunque lo maten. Es un cana new style, Galvé: brazo izquierdo tatuado, piercing en el labio inferior, arito en la oreja izquierda.
No van lejos, unas veinte cuadras, hasta Rivadavia y Medrano, donde la cúpula policial toma el té en “Las Violetas”. Sentados a una coqueta mesa, masita va masita viene, hablan de sus últimas adquisiciones: una cuatro por cuatro alemana, el jefe Montero, cincuenta hectáreas en la pampa húmeda, el fiscal Galíndez.
Masetti se impacienta, Galvé vigila la entrada. ¿Qué quiere, Masetti?
Detenerlos –responde al jefe Montero: por homicidio simple en cuatro oportunidades.
¿Por qué sospecha de nosotros, inspector? Con más curiosidad que aprensión, el fiscal.
No sospecho, estoy seguro. El que estaba marcado para morir, el del as, era cuñado suyo, Galíndez. La hermana, o sea, su mujer, lo encontró revisando archivos bancarios que lo comprometen en el lavado de guita de la droga; entre orgasmo y orgasmo le dio la voz de alarma y usted le mandó a los sicarios.
¿Y si fuera así, a los otros tres, por qué limpiarlos? Ahora el curioso es el jefe Montero.
Porque las cartas estaban echadas, jefe: esas barajas, como estas masitas tan ricas, hubieran terminado por empalagar a sus hombres y usted no iba a arriesgarse a que lo chantajearan.
Tiene razón, Masetti –el jefe Montero, admirado: no sé de dónde sacó esa historia pero a veces, sólo a veces, la mejor manera de descubrir la realidad es imaginarla.
Montero y Galíndez se miran uno al otro, deslumbrados. Alguna vez se dijo que la Federal era la mejor policía del mundo –recuerda Montero, nostálgico. Parece que estamos recuperando ese prestigio.
¿Un poco de té, Masetti?
Puede ser, acepta el inspector al que le gusta parecerse a Columbo. Y ésa, la de la izquierda –señalando una masita: la que tiene crema.
A Galvé, que quedó en la puerta de “Las Violetas” cuidando que esos pájaros no escapen, le suena el celular en la cintura. Es Guadalupe, su novia. No le entiende todo lo que dice, le tiene prohibido cualquier intento de felatio porque usa el piercing en la lengua.
¿Cinco muertos, dice la tele? Siempre agrandan, esos guachos de la prensa. No, fueron sólo cuatro y tampoco es un ajuste de cuentas entre mafiosos, fuimos nosotros.
No duerme en la misma cama pero acepta compartir la mesa. Para sentarse a tomar el té, Masetti se ha quitado el mugroso perramus. Ya no se parece a Columbo.

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