sábado, marzo 28, 2009

BITÁCORA DE LA INFAMIA





Moribundo antes de nacer. Es el diagnóstico de Eduardo Galeano sobre el subdesarrollo, en su ya clásico y admirable "Las venas abiertas de América Latina". Compendio del saqueo al que fue sometido esto que algunos llaman "el subcontinente", subsuelo de la América con mayúscula y sin prefijos, la que en el mundo del confort y el lujo identifica a la primera potencia, la que hoy gobierna el simpático y voluntarioso Barak Obama.
El subdesarrollo -dice Galeano- no es una etapa anterior al desarrollo, es su consecuencia. No habría desarrollo, tal como se lo entiende en los países del llamado Primer Mundo, sin subdesarrollo. Esto es, sin transferencia neta de capitales de un mundo, el tercero, a otro, el primero. El oro y la plata, en tiempos de la conquista española. Los capitales que luego los pueblos vieron esfumarse, en intereses sobre intereses de préstamos otorgados con la alegre irresponsabilidad con la que, dos siglos más tarde, se otorgarían en el primer mundo los préstamos basura.
Gobiernos democráticos, dictaduras, políticas erráticas, populistas u ortodoxas, el capitalismo expoliador no se privó de participar en ninguna fiesta. Las fuerzas revolucionarias que en la primera mitad del siglo 19 expulsaron a los españoles fueron luego traicionadas por la naciente burguesía, predominantemente agraria, que a lo largo de las décadas abortaría cada experiencia democrática que intentara transferir riquezas para industrializar a nuestros países, para que más gente participara de la civilización y no fuera expulsada de modo sistemático de sus lugares de nacimiento, desarraigados por la pobreza y, a menudo, por el miedo y el terror.
Hoy, cuando el primer mundo "consulta" al tercero para salir del fondo del barranco al que lo han empujado los buitres que anidaron tras los muros acristalados de Manhattan, es bueno recordar cómo empezó todo. Cómo a menudo, con frivolidad y rechazo, se nos acusó de incapacidad en la administración de nuestra presunta riqueza.
Lean a Galeano -que acaba de ser reeditado en la Argentina-, lean a Marx -si tienen paciencia y huevos-, pero también "La riqueza de las naciones", de Adam Smith, o "El origen de la familia, la propiedad privada y el estado", de Engels; lean a Stiglitz, a Krugman, a Perón, lean las instrucciones de San Martín al Ejército de los Andes, el diario del Che en Bolivia, los documentos de la contrainsurgencia francesa en Argelia y de la CIA para Chile, en su momento, o los documentos desclasificados de legisladores del Congreso de los Estados Unidos que, a comienzos de la década del ´40, exhortaban a hacer todo lo posible para que la Argentina "fuera reducida a la condición de nación pastoril".
Pero si no tienen tiempo, ni ganas, de leer tanto mamotreto teórico, tanta ecuación fundada en la náusea, lean el libro de Galeano, apasionante y espléndido como obra literaria, desgarrador testimonio del saqueo feroz a los pueblos originarios, primero, y a los inmigrantes y sus descendientes, luego.
Si no tuviera ningún otro mérito formal y de fondo, "Las venas abiertas de América latina" perduraría como bitácora de la infamia, desgarrador inventario de lo que la ambición humana puede hacer con los más débiles de su propia especie, manual de historias clínicas de la vulnerabilidad del trabajo frente a las fuerzas desatadas de la acumulación capitalista.

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